Es curioso cómo se llega a ciertos temas por andar buscando en otros lados. Así estaba, rascándole nuevamente a esto del propósito y las razones por las que nos comprometemos apasionadamente a algo. De hecho, el título de este artículo iba a ser “¿dónde está tu fuego?”, pero además de trillado me pareció vacío y confuso porque quería darle un giro sustentable. Sé cómo surge esa chispa, pero quería ir más allá de los sueños personales asumiendo que hay metas más grandes y trascendentes pero ocultas o desconocidas por nosotros por estar desfasados o desconectados de ellas. Esa era mi hipótesis.
Para iniciar, apliqué la pregunta del fuego en otros, por ejemplo, un delfín, un niño, un árbol o un perro y no me cuadró para nada, hasta me sonó pretenciosa y fuera de lugar. Arreculé y giré la cosa: ¿un delfín se pasa la vida buscando su fuego interior o su propósito, eso que le quema las entrañas y le hace cambiar el mundo? Me parecía que no, ¿entonces mi perro Luca o mi hija de 8 años o el árbol de la esquina? No, tampoco. Ni siquiera les preocupa, tan sólo se dedican a ser lo que son, el delfín a ser delfín, Luca a ser perro, mi hija a ser niña y el árbol a ser árbol. De ser así, ¿entonces esto del propósito o el fuego interno es un invento de la humanidad que sólo nos preocupa a algunos porque así nos lo enseñaron y es una idea que no tiene mucho ver con nuestro papel en este planeta? ¿Y cuál es ese papel entonces?
La respuesta varía según a quién le preguntes, pero la idea es llegar a algo tan simple y sabio como que el propósito del humano es ser humano.
De lo último que he leído en estos meses pandémicos mi favorita está en el libro de James Lovelook, “La venganza de la Tierra”. Ahí me encontré esta joya: nuestro rol básico en la vida es orinar, defecar y respirar. Así como lo lees. Como parte de la gran comunidad de mamíferos en el planeta, nuestra orina y excremento han sido fuente de nutrientes para la tierra y las plantas, sobre todo nitrógeno. Igualmente, y de mucho beneficio para la flora, somos productores de CO2 y consumidores de oxígeno, exactamente lo inverso a los vegetales, por lo que somos parte importante del equilibrio climático. ¿Y entonces eso de tu misión en el universo? Ahora ya sabes lo que piensa el Sr. Lovelook y ve a hacer pipí al jardín.
Siguiendo la búsqueda, ahora quería un ejemplo para tomar como referencia: ¿quién podría ser mi guía o mentor? Simple, me dije, el árbol. Increíble que ahí estuviera todo el tiempo, ahorita y desde hace miles de años con referencias como “el árbol de la vida” o la Ceiba, el árbol sagrado de los mayas. La siguiente pregunta que aventé fue: ¿los árboles piensan?, porque de entrada podríamos creer, con nuestro infinito ego, que somos la única especie pensante del planeta y que por eso somos superiores y que poco o nada nos podría enseñar un árbol. Pues al parecer no y lo que encontré fue de lo más interesante.
Sabemos muy poco de árboles (como de casi todo), pero con esa poquita información recabada por especialistas y pueblos ancestrales puedo confirmar que sí, el árbol es el mejor ejemplo que puedo tomar para este ejercicio personal. Es un ser extraordinario que, para que podamos asimilar toda su magnificencia tenemos que empezar por olvidar nuestro antropocentrismo y entender la naturaleza (incluidos nosotros) como un todo, esto es importante porque obviamente no somos el centro de la galaxia, pero creerlo nos ha hecho mucho daño.
Veamos, el árbol está literalmente conectado a la Tierra, dependen uno de la otra para nutrirse y mantenerse vivos y sanos. El árbol es un ser social que necesita vivir en comunidad (bosque) con otros árboles, plantas y hongos para crecer, protegerse y multiplicarse. Se comunican entre ellos, comparten nutrientes, cuidan a los jóvenes, débiles y enfermos con el objetivo de preservar la comunidad el mayor tiempo posible. El árbol cumple su función pase lo pase y hasta el último aliento de vida, incluso después sirviendo como abono para las futuras generaciones, sabe que forma parte de un ciclo más grande que él mismo, aceptando su rol dejando que las cosas fluyan. No se queja ni holgazanea o se pone creativo y aunque hay algunos solitarios, no les va bien porque están en constante riesgo por el clima o las plagas, no pueden sobrevivir mucho tiempo solos, al final se debilitan, enferman y mueren. El árbol no hace guerras ni necesita matar para vivir, al contrario, es regenerativo, toma lo que la naturaleza le da (tierra, agua y sol) y lo transforma en nutrientes para sí y otras especies. No contamina y es parte de un sistema circular en donde los desechos de uno son alimento para otros, todo regresa a la naturaleza. El árbol es muy generoso por todo lo que ofrece sin esperar nada a cambio, aún incluso si lo mutilan o aíslan, aunque no tiene opción porque siendo lo que es, un árbol, depende del sistema y pone su parte para lograr lo que podríamos decir es una homeostasis ambiental.
Viendo al árbol como nuestro maestro y como un ejemplo para entender y aceptar nuestro papel en la naturaleza… ¿Qué podemos aprender de él? Creo que ya no es tan difícil contestar esta pregunta si tan solo sustituimos, en el párrafo anterior, la palabra “árbol” por “humano”.
¿Pero que pasa entonces con nuestro talento, inteligencia, creatividad, iniciativa, sueños y espíritu emprendedor?, ahí tienes a los Mozart, a las Curie, a los Messi, a las Khalo, a los Musk…, aunque también a los Hitler, los Bush, los Salinas, la agroindustria y el capitalismo. Supongo que podemos ponernos creativos siempre y cuando no provoquemos un colapso ambiental o la extinción de la humanidad. El problema es que lo hacemos al revés y las consecuencias ya las estamos padeciendo. Hemos creado una realidad alterna completamente artificial basada en intereses ajenos y antinaturales, tasamos todo según nuestras medidas (dinero, crecimiento económico, bolsa de valores, hectáreas, desempleo, etc.) que nada tienen que ver con la naturaleza y nuestra supervivencia. Como lo dijo el ambientalista David Suzuki: “Necesitamos aire, agua, suelo y energía limpia para nuestra salud y bienestar. No tiene ningún sentido que la economía sea más importante que la biosfera, al contrario, protegerla debería ser nuestra principal prioridad”, y eso lo saben muy bien los árboles.
Con este enfoque deberíamos dejar de realizar Olimpíadas y en su lugar hacer el Campeonato Mundial de Reforestación, por ejemplo. Seguimos más preocupados por hacer cosas sin importancia (para la biosfera) solamente porque nos gustan o podemos. Hemos sido muy irresponsables, imaginen que los árboles hicieran lo mismo y en vez de cumplir su función nos copiaran y que privatizaran el oxígeno que producen por ejemplo o que iniciaran una guerra contra las abejas o que crearan su moneda para vender sus frutos o que ya no quieran ser árboles porque su sueño es volar. No duraríamos ni una semana.
¿Por qué somos así? Seguí buscando y otra sorpresa, algo inquietante: “Si tuviéramos que poner fecha al origen de la ruptura del hombre con la naturaleza, esta podría ubicarse hace 150,000 años. Es entonces cuando el Homo sapiens demuestra su capacidad para conceptualizar lo abstracto y su lenguaje intelectualiza definitivamente su relación con el mundo salvaje. El desarrollo de nuestra imaginación, necesaria para la conceptualización y, por lo tanto, para el pensamiento, ha disuelto gradualmente este vínculo con el mundo natural. Nos ha desprovisto de nuestra capacidad innata para interpretar sus señales y comunicarnos con otros seres vivos. Perdimos este sexto sentido. Con dicha pérdida, nuestra pertenencia a un todo quedó sepultada profundamente en nuestra memoria antigua. Ese todo –la naturaleza– se nos volvió extraño. ¿No decimos hoy “el hombre y la naturaleza”, como si reclamáramos esta ruptura? Hemos desarrollado un cerebro al servicio exclusivo del bienestar de la humanidad, ignorando que nuestro bienestar dependía de ese todo, de ese sutil equilibrio natural. La pérdida de biodiversidad, de la que somos directamente responsables, se puede explicar por esa desconexión: nos hemos quedado sordos a los mensajes de la naturaleza. Somos incapaces de escuchar las señales de socorro que contienen” (Michel André / Experto en bioacústica).
Vean ahora cómo lo explica Eckhart Tolle: “Cuando paseamos por un bosque en el cual no ha intervenido la mano del hombre, nuestra mente pensante ve solamente el desorden y el caos. No logra tan siquiera diferenciar entre la vida (lo bueno) y la muerte (lo malo) porque por todas partes brota la vida a partir de la materia podrida y en descomposición. Es solamente si tenemos suficiente quietud interior y si se acalla el ruido del pensamiento en el cual todo tiene su lugar perfecto y no podría ser de otra manera ni estar en otro lugar. La mente se siente más cómoda en un parque construido por el hombre porque ha sido planeado a través del pensamiento; no ha crecido orgánicamente. Hay un orden comprensible para la mente mientras que, en el bosque, hay un orden incomprensible que la mente interpreta como caos y que está más allá de las categorías mentales de bueno y malo. No los podemos comprender a través del pensamiento, pero sí sentirlo cuando logramos acallar la mente, hacer silencio y prestar atención sin tratar de comprender o explicar. Sólo entonces podemos tomar conciencia del aspecto sagrado del bosque. Tan pronto como sentimos la armonía oculta, lo sagrado, nos damos cuenta de que somos parte de eso mismo. Y cuando reconocemos esa verdad, nos hacemos partícipes conscientes de la misma. De esta manera, la naturaleza nos ayuda a entrar nuevamente en consonancia con la integralidad de la vida”.
No sé ustedes, pero esto tiene mucho sentido, voy entendiendo esa desconexión que nos mantiene indiferentes, estresados, aislados y perdidos. Ahora capto perfecto cuando los gurús dicen “apaga tu mente y conéctate con tu ser interior” o “no pienses, siente”. Siempre tratando de entenderlo todo y lo único que tengo que hacer es callarme y volver a escuchar. En términos laborales, el problema fue que olvidamos lo que decía nuestro perfil de puesto planetario, nos pusimos creativos y lo llenamos con tareas que no aportan a la misión de la Madre Naturaleza e incluso dañan y obstaculizan su trabajo. Bajo esta visión deberíamos ser despedidos de inmediato o al menos retirados de nuestro cargo mientras nos capacitan para regresar.
Dentro del curso de Sostenibilidad corporativa de la Universidad Bocconi de Milán, Italia, uno de los primeros temas es la meditación como herramienta para iniciar el cambio hacia la sostenibilidad, un medio para reconectarnos y a partir de ahí diseñar nuestra empresa. Como empresario esto fue nuevo para mí, pero ahora lo veo muy claro, meditar podría ser el primer paso para volver a escuchar a la naturaleza y quitarle el control a nuestra mente…, empecemos con esto y ya veremos a dónde nos lleva.
Confirmo la hipótesis inicial y por el momento no sé cuáles serían los argumentos que justifiquen nuestra existencia, los intuyo y tal vez con eso me baste por el momento. Me gusta a donde llegué, aunque surgen nuevas dudas. ¿Cómo sería ese ser humano en su estado puro y perfectamente sincronizado y conectado? ¿Es posible la armonía entre nuestra genialidad humana y la Madre Tierra? ¿Podremos vibrar en la misma frecuencia que la naturaleza? ¿En qué clase de personas nos tenemos que convertir para lograrlo? Ya les contaré cómo me va por ahí, por lo pronto, termino con esta frase del experto en árboles Peter Wohlleben: “un árbol sólo puede ser tan bueno como el bosque que lo rodea”.